Sergio

Sergio

lunes, 27 de abril de 2009

Historias-2


Hubo una vez una piedra.
Una piedra que de pronto tomó conciencia de si misma. Era grande y pesada, y estaba en lo alto de una colina. Se enseñoreaba desde su
privilegiada posición. Algunas veces, un enorme león se posaba en lo alto de ella. Oteaba el horizonte mientras tomaba el sol. Otras veces el león dormitaba al atardecer, tumbado sobre su lisa superficie, mientras la piedra le devolvía el calor que el sol le había suministrado durante horas y horas.
Mucho tiempo después, esa piedra fue consciente del paso del tiempo. Se
dio cuenta de que a veces sentía el calor del sol, y después el frío y la humedad de la noche. Se dilataba y contraía en una sucesión de días que parecían interminables.
Esta serie de dilataciones y contracciones hizo que su superficie se agrietara. Primero fue un imperceptible hilo quebrado que surcó uno de sus extremos. Pero poco a poco, aparecieron más y más grietas, y estas acabaron surcando toda su superficie.
Por las grietas se filtraba el agua, y el polvo, y la tierra. Luego, pequeñas briznas de hierba brotaron de ellas, y sus
raíces empujaron con increíble fuerza las paredes.
Ya no eran grietas como arrugas, era un verdadero salpullido.
Perdió la cuenta de cuantos leones distintos la utilizaron como atalaya. Su cuerpo se cubrió de arrugas, y las plantas ocuparon como penachos dispersos su cuerpo herido.
Hasta que un día pasó.
No supo muy bien como, pero de pronto dejó de ser una piedra. En toda la pradera se escuchó un sordo crujido.
Fue como un fugaz alumbramiento. A partir de ese momento ya fueron dos.
Nunca más se volvió a sentir sola.

2 comentarios:

Escuela para todos Luz ONG dijo...

Hermoso blog. podemos difundirlo por radio . respetando la fuente, toda la semana que viene

un beso
ale

Eloy dijo...

Gracias. Podeis hacerlo.
Un beso.